El Encuentro – Cuento - Parte 1
El Encuentro – Cuento - Parte 1
Antonio aborrecía Honduras. Cuando llego al aeropuerto las personas con las cuales ya había establecido contacto lo recogieron y lo sepultaron en uno de esos hoteles para indígenas donde las cucarachas hablan cinco idiomas y las pulgas eran catadores expertos de sangre. El juraba haber visto a más de un bicho traficando armas en aquel cuartucho. Cosa que no podía extrañarle a nadie porque en Nicaragua los Somocistas estaban revueltos, en San Salvador aparecían campesinos muertos en casi todas las catedrales. Que conste, los decapitaban por aquello de que nadie los pudiera identificar. En Guatemala—ni para qué hablar de Guatemala, que desde que ancló aquel bendito buque de guerra Norte Americano en los años 50 para defender a unos militares golpistas, la gente no hacía otra cosa que desaparecer.
Después de dos semanas de estar incomunicado en el hotel, llamo a sus hermanitos hondureños para preguntar a donde había sido asignado como misionero. Pero nada era igual. Algo esa gente ya sabía de él, y él le había perdido el respeto. La pobreza hondureña lo tenía loco.
Vivió en Santa Rosa de Copan un año antes de mudarse a Tegucigalpa. La soledad lo estaba quebrantando y el guardabosque de los Cuerpos de Paz con quien compartía su casa no soltaba prenda. Los mas cercano a una relación intima la tenían una vez cada tres semanas cuando el gringo llegaba del bosque, le ponía una botella de aguardiente en la mesa de la sala, se quitaba toda la ropa, y se acostaba en el sofá con el tape-player a todo cojón. —Check me out for strange insects, I feel something burning right below my balls. Ahí iba él. Con su bendita aura de misionero que lo había ilusionado tanto. —Qué carajo, lo que sabían de él lo sabían por terceros, y por terceros no era otra cosa que bochinche.
Más, nunca llegaron a nada. La soledad los había convertido de orugas a mariposas. Se saboreaban sus cuerpos en el tacto, eso era suficiente para llenarlos de un placer donde nunca se dieron explicaciones, un placer incestuoso sin el estigma de invadir límites, o reconocer ataduras.
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