Ardor de luz
Ardor de luz
circula junto a
mis pies.
La tarde
se hizo noche,
la soledad comenzaba
a cubrirme con su
canto de sirena.
Te olvidaste
de que yo aun era
un niño
y me dejaste solo
en la penumbra.
Alicaídas aves de una niñez
tempestuosa, volátil;
memoria
de emociones encontradas
licuándose hasta ser
un “te imploro”
cuyo borde ha rebasado
una sola gota de esa liquidez
de oscuridad.
Rezo por la protección
de mi monólogo silencioso y asustado
mientras tú cenas
como el gran señor cifrado en apariencias,
estatua de cera
con un mensaje escrito en los dientes,
muere, muere, muere,
te estallará por dentro cual ráfaga
de gritos apagados,
ah, ese recuerdo
que no te deja perecer
que te amarra a una cama
con los labios resecos,
implorando mi perdón
como un recital
donde muerdes el anzuelo.
Me oyes hasta en el último rincón
de tus ojos,
boca,
manos,
oídos,
donde por esta vez,
esta última vez,
te quitarán la máscara.
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