ESTEVíN y LA BESTIA


ESTEVíN Y LA BESTIA

Escrito por, Phd. Rafael Monserrate. El siguiente es un relato ficticio inspirado en hechos reales en colaboración con el poeta Sergio A. Ortiz Rivera. 


La primera vez que Estevín vio la bestia tenía 4.5 años de edad. Tuvo un sueño confuso donde una bestia rugiente se acercaba a él. Despertó llorando asustado. Sus padres lo castigaron por haber despertado “innecesariamente” a su hermanastro menor y a ellos.

Año y medio después, a los 6 años de edad, Esteban, alías Estevín, mide 1.09 metros de estatura, es de constitución delgada, piel morena clara, y el miedo sigue siendo parte de su vida. Estevín, además del miedo siente coraje. Su cuerpo  tiembla mientras intenta acomodarse en el suelo del armario donde fue encerrado a oscuras, amarrado de cuerpo y manos, por sus padres. El no lograr comprender del todo el porqué fue encerrado, amarrado, a oscuras en el armario genera frustración que se transforma en coraje. El miedo y la incertidumbre duermen y se levantan con él. A su corta edad sabe que en cualquier momento algo puede ocurrir, su padrastro se molestará, y será culpado, amarrado y encerrado en el armario; una vez más. El armario a oscuras representa soledad y aislamiento. Sus únicos consuelos en el encierro son un dinosaurio verde y un soldado azul, ambos de plástico, y un oso de peluche que alguna vez fue nuevo y atractivo. A sus 6 años su relación más significativa es con un viejo peluche, a quien se le puede acercar en la soledad de su encierro.

Estevín sabe que está castigado, pero no comprende por qué, solo jugaba con su hermano menor, hijo natural de su padrastro, y este comenzó a llorar. Esto ocurrió en el auto, su padrastro detuvo el mismo en el expreso y abandonó a Estevín, de 6 años de edad, con su delgado cuerpo de 1.09 metros de estatura, en la franja central entre carriles del expreso en Chicago, donde vivían para esa tiempo. El terror se apodero de él, lloró y grito pero nadie lo escuchó, nadie acudió a socorrerlo. Luego de un largo rato dejó de llorar y gritar, se hizo invisible a sí mismo. A su corta edad intuyó que en la situación que estaba era mejor no sentir nada, y se apagó. Cuando su padre retornó a recogerlo, una hora más tarde, no habló. Se sentía anestesiado, y con una tristeza tan inmensa que lo hacía temblar. Aún así fue amarrado, y encerrado a oscuras en el armario al llegar al hogar. Todo esto para que aprendiese, “…porque nunca se es demasiado niño para ser un cristiano responsable”. A su padrastro, el hermano Erín, pastor de profesión, le molestaba escuchar los sollozos de su hijastro encerrado a oscuras en el armario. Buscó consuelo en la biblia y leyó en voz alta para que Estevín lo escuchara, “Hijo mío, no tengas en poco la disciplina del señor, ni te desanimes al ser reprendido por él; porque el señor al que ama disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo.”, Hebreos 12:5-6. Sintiendo que había hecho lo correcto y reconfortado con sus actos, el pastor, pensó, “Debe ser castigado porque es querido”, cerró su biblia, y con la mayor tranquilidad del mundo continuó con su día en paz, mientras Estevín permaneció amarrado, encerrado a oscuras, llorando en silencio, con miedo en el armario, recostado de su oso desgastado.

Estevín aprendió a vivir con miedo, y mucha cautela. De igual manera, aprendió a crear un mundo propio, acompañado de su dinosaurio, el soldadito, y su oso desgastado. Se desarrolló de carácter tímido, su timidez fue la estrategia de supervivencia desarrollada para lidiar con imprevisibilidad de su realidad. Se decía a sí mismo, “Mientras menos ruido hago, menos llamo la atención, y menos me castigan”. Estevín era inteligente, observaba y aprendía, pero esta agudeza abona a la incomodidad de su padrastro: “Siempre está preguntando cosas, habla mucho”.

El hermano Erín, es un hombre complicado, delgado, de piel clara, de estatura promedio, de cara pequeña alargada, y una mirada entre burlona y prepotente. Conoció a Carmen, madre de Estevín, en la iglesia, divorciada, muy devota; esto último le agradó. El interés y afecto no fue igual para con el hijo de Carmen, Estevín. A Erín le resultaba incomodo que Carmen tuviese un hijo de un hombre anterior. Ver a Estevín le recordaba que su esposa había compartido su cuerpo con otro hombre antes que él. Al hermano Erín le resultaba evidente que él y su nueva esposa ambos tenían piel clara pero el niño tenía piel más oscura. Pensaba que si para él este dato era claro, debía de igual forma serlo para los demás, y esto lo molestaba. Además este niño es incómodo, pregunta muchas cosas, y tiene gustos extraños, además presenta cierta gracia  y delicadeza en sus gestos que no parecen ser de un varón. El hermano Erín observó los gestos amanerados de Estevín y lo comentó con Carmen, pero para ella eso eran cosas de niño, que se le pasaría con el crecer. Pero el hermano Erín no lo creía así, le preocupaba la idea de que en su hogar, en el hogar del pastor viviera una de esas personas que escogían esas abominaciones como estilo de vida. Prefería mantenerlo alejado de él, y aplicarle mucha disciplina porque, “…ese niño necesita disciplina”.

“Fieles a la Palabra”, ese es el nombre de la congregación que el hermano Erín pastorea. Se caracteriza por la interpretación literal de las antiguas escrituras. Predica sobre la ira de Dios, del fuego sanador que su dios mandaría al mundo para limpiarlo. Partía de la premisa de que todos, incluyendo los niños y niñas éramos pecadores, y que todos debíamos sufrir para limpiar nuestros pecados.

Erín Gandía, era un hombre sufrido, huérfano de padre a joven edad, tuvo que luchar para forjarse un futuro. Se izo duro, rígido porque solo así podía salir del círculo de pobreza. La ausencia de sus padre marcó una carencia, una ausencia que le angustiaba, pero no era capaz de identificar la causa. Encontró algo de paz en la lectura y prédica de la palabra. Pero muy dentro de sí la carencia continuaba sin que lograse explicarla ni acallarla. Era tierno, atento y afectivo con sus feligreses; pero en su hogar intentaba aplicar la más rígida disciplina, porque ante sus carencias, el orden, la disciplina, y el control de sus emociones le ayudaron a aplacar en algo su angustia.

Para el pastor de la congregación, “Fieles a la Palabra”, este niño, Esteban, Estevín, tan frágil, tan aniñado, pero tan curioso, producto de una relación anterior, “a todas luces un error de juventud de su esposa”; representaba una incomodidad en su vida. Erín, pensaba que Estevín comía mucho, lloraba mucho, pedía mucho, gritaba mucho, pregunta mucho, y ensuciaba mucho. Para el orientador de almas, el apóstol que aconseja sobre cómo vivir en familia en armonía y paz, su hijastro se convirtió en una manifestación maligna. Definió como su responsabilidad el intentar corregirlo para convertirlo en un “buen cristiano temeroso de Dios”, y reprenderlo si incumplía. El hermano Erín, el hombre de dios, demonizó a su hijastro, y lo marcó para el resto de su vida.  Estevín por su parte se sentía observado constantemente. De modo frecuente soñaba con una bestia que lo acechaba, de cuyos ojos y boca salía un fuego anaranjado. Se despertaba sudado y asustado, pero no lloraba, sabía que si despertaba a sus padres sería castigado, nuevamente. Nunca habló de sus encuentros con la bestia por temor a ser castigado. Cuando necesitaba consuelo se reunía a sus tres amigos, el dinosaurio, el soldado y el oso desgastado, y se dormía con ellos en la cama. Pero la fortaleza de su espíritu lo guiaba a continuar viviendo, sintiendo, experimentando, y aprendiendo.

Carmen, madre de Estevín, también vive con miedo. Mujer de constitución promedio, pelo negro, piel clara, estatura baja, y mirada temerosa y desconfiada, Carmen le teme al hombre a quien amó. El miedo de Carmen no responde a maltrato físico. Pero hay miradas de desaprobación, miradas molestas, comentarios de deprecio que pueden generar mayor dolor que los golpes al cuerpo. A veces Carmen preferiría que la amarrara y la encerrara en el armario. Al menos así tendría algo concreto ante lo cual molestarse, y quizás revelarse algún día. Pero no, la bestia que acechaba a Carmen no tiene cara, está construido de actitudes de rechazo y humillaciones. A pesar de que ya no lo ama igual, aún cree que Erín no es tan malo. 

Erín se ha asegurado que Carmen dependa emocionalmente de él. No le ofrece afecto, le critica casi todo lo que hace recordándole que ella necesita de él, y que sin él ella no sería nadie. Carmen consideró finalizar la relación con Erín, pero cuando se lo comunicó a su esposo el pastor la amenazó con quitarle los hijos, y llevarla a vivir en la mayor pobreza si tan solo lo intentaba. Dado que Carmen creció rodeada de pobreza y carencias, la idea de volver a la pobreza y escases la atemorizaba. De ese temor surgió la fuerza para tolerar a Erín. 

Carmen trabajaba mucho, la pobreza la obligaba. Decidió no amamantar a Estevín y en su lugar alimentarlo por medio de biberón, porque así podía volver a trabajar más rápido. Carmen justificaba su decisión diciendo que el amamantar al niño le producía una alergia. Era la abuela la que se encargaba de darle el biberón al niño. Esto repercutió de dos maneras diferentes, por un lado Estevín se desarrolló enfermizo. La otra consecuencia de no amamantar a su hijo fue que no se creó un vínculo estrecho entre ambos seres. Carmen era madre, pero había una pared entre ella y su hijo, “…no tenía el tiempo y la energía”; se decía.

Carmen se casó enamorada de la esperanza de una vida mejor para ella y Estevín. La idea de ser parte de la familia del pastor de la iglesia le presentaba promesas de una vida mejor para ella y su hijo, y un estatus mayor. Pero desde el comienzo de la relación observó que Erín no miraba bien a Estevín. "Ya tendrán tiempo, pero ese tiempo nunca llegó. Con el pasar del tiempo creció la distancia, y la incomodidad del uno con el otro. Carmen aprendió a callar, pero cada vez que Erín la mira molesto con Estevín, ella sabe que le corresponde a ella aplacar el coraje de su esposo castigando al niño. A ella le parte el corazón tener que amarrar y encerrar a oscuras a su hijo. Pero se consuela creyendo que le hace por el bien del niño. Piensa, además, que si logra modificar el amaneramiento de Estevín, este podrá ser salvo ante los ojos de Dios.

La escuela se convirtió en un refugio para Estevín, se siente más libre y cómodo en la escuela que en su hogar. Además le gusta su maestra, la señora González, porque esta lo escuchaba y le enseñaba cosas nuevas. En una ocasión en que el tema de discusión era “la familia”, la maestra decidió dialogar con los estudiantes sobre lo que es un padre. Los compañeros de grado de Estevín hablaron sobre sus padres, como los trataban. Estevín no dijo nada, solo se limito a escuchar. Pero algo no le hacía sentido. Todos sus compañeros de grado hablaban bien de sus padres. Los describían como personas cariñosa, atentas, que compartían tiempo y jugaban con ellos. Estevín tenía claro que esa no era su experiencia con Erín.  Esa noche Estevín volvió a soñar con la bestia de fuego en ojos y boca, pero esta vez logro verle su cara. La cara reflejaba mucho coraje, tenía una sonrisa burlona, y se parecía a Erín. Estevín comenzó a pensar que Erín no debía ser su padre, porque los padres no maltratan a sus hijos. Al niño le costaba trabajo armonizar las diferentes caras de su padrastro, en la iglesia amable y cariñoso, en su hogar seco, distante, y molesto. En medio de su confusión decidió preguntarle a su maestra como o por qué una persona podía decir una cosa en un lugar y hacer otra en otro lugar. Su maestra le contestó que habían personas que tenían problemas, y le explicó el significado de la palabra hipócrita. Estevín, abrió sus ojos muy grandes y grabó esa palabra, hipócrita. La palabra le pareció graciosa pero poderosa porque tenía la capacidad de explicar algo que no lograba comprender hasta ese momento. Se la repitió a sí mismo sílaba por sílaba, hi-pó-cri-ta; y la escribió en su cuaderno. En su pequeño cerebro comenzó a hilvanar una historia donde Erín secuestraba a su madre y a él, y amenazaba a su madre si se iban. El pequeño Estevín sin saberlo había descifrado la relación entre sus padres. A partir de ese momento Estevín comenzó a ver a Erín de manera diferente, y a desconfiar de él. 

Pasaba el tiempo y la vida continuaba inalterable para la familia Gandía. Pero, acercándose el día de los padres Estevín observó que su familia realizaba arreglos para celebrar dicha fecha en la iglesia. Veía a su padrastro leyendo la biblia y tomando notas para el sermón de ese día. Esto le causaba confusión y angustia porque se preguntaba, ¿Cómo debía reaccionar ante su padrastro ese día? Se repetía en su cabeza que Erín no debía ser su padre, pero vivía con él, y sabía que él era quien mandaba en el hogar. 

Llegado el domingo día de los padres, Estevín se levantó algo confuso. Tenía una idea del significado de este día, pero como desconfiaba de Erín no sabía cómo reaccionar ante él. Decidió llevarse su soldado de plástico en uno de los bolsillos de su pantalón para que le sirviese de apoyo. Durante el desayuno mantuvo su cabeza baja mirando su plato de comida. Carmen, con algo de emoción, le comenta a su hijo, “Bueno Estevín, hoy es día de los padres, ¿Qué quieres decirle a tu papá?” Estevín levanto lentamente su cabeza, miró a Erín y dijo de manera parca y sin emoción, “Felicidades”. Erín respondió, “Gracias”, si siquiera mirarlo. De camino a la iglesia, mientras Erín conducía se observaba alegre, era el día de los padres, su día, y había redactado un sermón sobre el significado de la paternidad del cual se sentía orgulloso. Estevín, sentado en el asiento posterior, solo se limitaba a mirar hacia afuera, sin decir palabra ni expresar emoción. Intentaba otorgar sentido a lo que pensaba y lo que sentía. Era el día de los padres, y él andaba con este ser que suponía ser su padre pero que no demostraba ninguno de los atributos que se supone tenga un padre. No jugaba con él, no lo miraba, no lo abrazaba, casi no le hablaba a menos que fuese para reprenderlo; no podía comprenderlo.

Ya en la iglesia se experimentaba un ambiente de alegría, las personas se presentaron con sus mejores ropas. Mientras iban entrando los hermanos y hermanas se saludaban, les comentaban lo “lindos” que estaban, mientras Estevín permanecía distante. Se sientan en la primera fila, como corresponde a la familia del pastor. Luego de rezar y cantar Erín comenzó su elocución sobre lo que entendía era el significado de ser padre.

Erín comenzó su elocución del día: 

“Padre nuestro que estás en los cielos santificado sea tu nombre. Hágase tu voluntad así en el cielo como en la tierra. Padre, así como somos padres en carne somos hijos en espíritu. Ser padres, unido a servir al señor, es una de las mayores responsabilidades que puede tener un hombre. Pero, ¿Qué es un padre? Padre no es aquel que engendra, padre es aquel que forma el carácter de su hijo. Pero esto no es tarea fácil. Para ser padre hay que saber balancear el afecto, el cariño y la disciplina. La disciplina es importante y necesaria, porque, ¿Qué sería de nosotros sin disciplina?”

En ese momento detiene su elocución y mira directamente a Estevín, mientras la congregación decía a coro, “Amén”; y continúa.

“Como nuestro padre, Dios, no solamente nos ha creado, sino que nos ama, continúa proveyendo para nosotros y nos perdona nuestros pecados (Mateo 5:48). Así mismo Dios también nos disciplina (Hebreos 12:5-11), porque nos ama. Un buen padre no es aquel que permite todo a sus hijos, un buen padre hace como Dios, provee y disciplina, porque así como todos somos pecadores, todos necesitamos ser reprendidos. La imagen de Dios como nuestro padre nos ofrece algunas pistas sobre cómo debe ser la paternidad humana. Dios quiere hijos e hijas fuertes en la fe, disciplinados en carácter, y tiernos en el afecto. El padre cristiano sabe que la misma mano que acaricia es la misma mano que castiga.” 

En este instante Estevín piensa, a mi me disciplinan pero no me dan afecto. Su padrastro continuó, 

“Y en disciplina no podemos ser suaves, porque el mundo está lleno de maldad y es fácil perderse en tentaciones y debilidades. Así que un padre que disciplina es visto como bueno ante los ojos del señor. Y le corresponde al hijo agradecer la disciplina administrada por su podre. Así como nos dice Proverbios 3:11-12, “Hijo mío, no rechaces la disciplina del SEÑOR ni aborrezcas su reprensión, porque el SEÑOR a quien ama reprende, como un padre al hijo en quien se deleita.”

Escuchando estas palabras Estevín mira a su derredor y observa que muchos de los feligreses sonríen, realizan gestos de aprobación, y repitiendo “Amén”, a cada pausa que realiza su padrastro. Se siente molesto, mete sus manos en los bolsillos de su pantalón, mira fijamente a su padrastro, aprieta fuertemente su soldadito de plástico y repite para sí mismo, “Hi-pó-cri-ta. 

De repente lo vio todo claro, no sintió culpa, todo lo contrario, experimentó una sensación de alivio, como si hubiese descubierto una gran verdad liberadora. Fue como una luz que se encendió en el armario donde era encerrado. Se sintió confortado, y por primera vez en su corta vida se sintió empoderado. La bestia de sus sueños, que se parecía a su padrastro era la mentira, la hipocresía. En ese momento decidió que no toleraría más mentiras, ni hipocresía en su vida, y cambió su miedo por coraje. Ya no experimentaría más miedo al ser encerrado el armario. Cada evento de encierro alimentaría su coraje, y lo haría más fuerte para luchar contra la hipocresía e injusticias. En su mente organizó su ejército de lucha con su dinosaurio, su soldadito y el peluche desgastado, juntos lucharían contra toda mentira. 

El cambio de miedo a coraje le proveyó fortalezas pues ya el miedo no definiría su vida. Pero esta decisión marcaría una ruta de vida dura, de decisiones honestas, en un mundo hipócrita, que le traerían como consecuencias nuevas formas de castigo.

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