El Encuentro Parte 3



El Encuentro Parte 3


-Estamos por llegar.  ¿Antonio?
-Disculpa, estoy hundido en la escarcha de la melancolía, pensando en un chico que deje en mi país.
-¿Tu novio?
-Nada que ver, era mi… ¿Cómo te digo?  Era el de todas las noches, pero no había amor.  Se llamaba Hueso.
-Llegamos.
-Todo está oscuro. 
-Aquí las fiestas tienen que ser así, o terminas en la cárcel.

Antonio se sintió incómodo desde el momento que entro a esa casa.  Esteban se desaparecía y cuando regresaba parecía distante, preocupado, como si hubiera estado discutiendo.   Nadie le hablaba a Antonio.  La musica estaba tan bajita que no se escuchaba.  

-Me voy.  Aquí no pasa nada. 
-Te acompaño.  Es tarde y de aquí no se puede salir solo.

No habían caminado una cuadra cuando apareció una motocicleta con el ángel hondureño más hermoso que Antonio había visto en un año y era amigo de Esteban.  Ojos negros, cabello negro, piel de porcelana como solo el mestizaje producía.  No le quitaba los ojos de encima.  De pronto miro a Antonio directamente a los ojos y le dijo: Ven, súbete.  Ahí comenzaron a discutir.

-Yo no te conozco.
-Sube, que nos vamos.
-¿Y Esteban?
-No hay espacio para él.
-Yo llegue aquí acompañado. 
-Sube, quien quita y esta noche te enamores.
-¿Estás loco?  ¿Piensas que me voy a enamorar de ti, ha?
-Estoy seguro de ello.
-Tú no sabes lo que es el amor, pero acepto el reto.  Te lo voy a enseñar a amar, para que no te quedes bruto.
-Vamos sube y pon las manos aquí.  Eso.  Has viajado en moto antes?
-Sí.
-Recuerda no inclinarte mucho en las curvas.

El apartamento era precioso.  Estaba en el segundo nivel de una casa de esquina.  El balcón era en forma de abanico.  Hasta para ir al baño en la habitación de Antonio se tenía que pasar por el balcón.  Las únicas dos habitaciones que estaban unidas eran la sala y la cocina.  La sala tenia chimenea.  Todos los cuartos tenían paredes de cristal desde donde siempre divisabas la ciudad.  La escena era espectacular, especialmente de noche.  Muy especialmente cuando estabas acompañado. 
Casi no hablaron.  Carlos acompaño a Antonio a la habitación desde donde despidieron un par estrellas fugaces.  El sueño de la misión estaba en el filo de un abismo con cara de hombre.  Sus venas pulsaban más y más fuerte con cada pedazo de ropa que caía al piso.  Comenzó a llover.  Carlos le subió las piernas a Antonio.  Antonio cerro lo ojos y viro la cara hacia la ciudad.  Carlos tomo su cara entre sus dos manos y lo obligo a mirarlo a él.  Luego bajo hasta cubrir el oído de Antonio con sus labios y lo penetro fuertemente.  Antonio quiso gritar pero hacia tanto que no sentía un beso que en ese mismo instante dejo de pensar.  Carlos le pillo las manos y siguió martillando sus caderas con furia.  Antonio comenzó a seguir su ritmo.  Poco a poco lo fueron acelerando hasta que ambos terminaron en una serie de espasmos conjuntos.  

Koi Koku decora tazón de Busho, día otoñal feliz.

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